El Camino de Santiago, mito y realidad


Una gallina asada que canta y sale volando; una serpiente que vomita una piedra lunar, la cual será utilizada luego para construir el portal de una iglesia; un abad que sale a dar un paseo, escucha el canto de un ruiseñor y, cuando regresa al monasterio, resulta que han pasado siglos; vino que se convierte en sangre y se derrama por los bordes de un cáliz: el Camino de Santiago es un cofre lleno de historias cargadas de misterio.
Desde el primer momento, este tipo de narraciones fascinaron a los peregrinos y los acompañaron hasta Santiago de Compostela. Sangre y venganza, muerte y demonios, brujas y aparecidos: sex-and-crime de la Edad Media. Hay historias increíbles, tramas de novela policíaca, visiones y milagros de santos: todo aderezado con un toque de fe y de moral, y elementos fantásticos.
Las leyendas no admiten discusión. Son, sencillamente, “verdad”. En ellas, todo es posible. Se adaptan a los tiempos y se transforman con el paso de los siglos. Surgieron del pueblo, fruto del sueño y la fantasía de pastores y ermitaños, y fueron propagadas, con un claro objetivo, por las autoridades eclesiásticas y civiles. A medida que estas historias se iban transmitiendo, cambiaban algunos elementos, se transformaban, se adornaban con nuevos detalles.
Preguntarse por la verdad de las historias y las leyendas resulta tan inútil como buscar su fundamento lógico o científico. No hay nadie que haya visto una gallina que se haya echado a volar después de haber sido asada, ni una serpiente que vomite una piedra lunar. Sin embargo, todas las storys misteriosas del Camino de Santiago tienen algo que las hace únicas: no ocurren en un lugar impreciso, indeterminado, sino que se desarrollan en escenarios muy concretos. Quien hace el Camino, reconoce esos lugares, los identifica. Desde los Pirineos hasta Santiago, el peregrino se encuentra con los edificios, los objetos y las curiosidades de los que hablan las leyendas: un monasterio, un relicario, un relieve en una piedra cubierta de musgo en mitad de un bosque, el Santo Grial de O Cebreiro, una jaula con aves en una catedral (caso de Santo Domingo de la Calzada)... Si no conocemos este material legendario ni lo que se esconde en estos lugares cargados de misterio, nuestra experiencia del Camino no será del todo completa.
Las leyendas ponen de manifiesto la fascinación religiosa y el espíritu emprendedor que movía a los hombres de la Edad Media, donde la fe y la superstición iban de la mano, lo imaginario se unía a lo histórico. El Camino de Santiago es un eje mágico: los lugares hablan por boca de las leyendas y de las historias que pueblan esta ruta de peregrinación, la más importante de Europa.
Igual que ocurría en la Edad Media, el Camino de Santiago sigue atrayendo a muchísima gente. Peregrinar significa tomar conciencia de uno mismo, orar con los pies, detenerse, meditar. Sin embargo, hubo un tiempo en el que los peregrinos que hacían esta ruta pasaban auténticas vicisitudes: en los Pirineos, podían ser atacados por lobos hambrientos; en el albergue real de Burgos, podían ser envenenados por el mismísimo hospitalero.
En las escalofriantes historias de santos, la muerte, el asesinato están siempre presentes. En medio de la guerra de religiones que libraban cristianos y moros, los santos aparecían como mártires. El clero propagaba historias en las que los santos, personas que encarnaban caracteres ejemplares, eran los encargados de hacer milagros. ¿Eran simples invenciones o hechos que realmente habían ocurrido? ¿Dónde está la línea que separa la ficción de la realidad? ¿En qué punto empiezan a entrecruzarse? Una cosa está clara: tanto la Historia como las historias agrandan el mito del Camino de Santiago.
En el Camino de Santiago se entremezclan el pasado y el presente. Nos encontramos con castillos y restos de albergues, con capiteles y catedrales, con impresionantes portadas de iglesias y pinturas antiguas, figuras esculpidas en piedra o pintadas en cuadros. En los sepulcros y relicarios, hallamos a los protagonistas de las historias y leyendas. En el Camino de Santiago sigue vivo el espíritu de Francisco de Asís, de Isidoro de Sevilla y de Francisco Javier. En la localidad navarra de Viana, la tumba de César Borgia nos recuerda su trágico final; en la catedral de Santo Domingo de la Calzada, un letrero señala que en su muro descansa el corazón del rey Enrique II de Trastámara, que había muerto envenenado; en Pamplona, una placa de metal marca el punto exacto en el que Ignacio de Loyola fue gravemente herido.
Aunque no todo lo que se cuenta se puede probar, tampoco se puede decir que los hechos no ocurrieran así. ¿Es que no puede ser verdad que un peregrino de Renania llevara hasta Puente la Reina la imagen de un Cristo crucificado? ¿Resulta increíble que Alodia y Nunilo defendieran su fe con valentía ante su verdugo? Menos probable es que la cabeza de Vitores de Cerezo siguiera predicando después de haber sido cortada de su tronco; o que las Nereidas del monasterio benedictino de Samos tomaran vida propia.
Para ver cómo el Camino de Santiago sigue sorprendiendo en la actualidad, sirva de ejemplo el caso del gallo de la Basílica de San Isidoro de León. Hace unos años, al desmontar la veleta de la torre y llevar el gallo a un taller de restauración, se descubrió con sorpresa que por debajo de su capa ennegrecida, asomaba una capa dorada  que escondía en su interior polen de plantas orientales, concretamente de la cuenca del Golfo Pérsico. Esta ave, además de dar alas al espíritu científico, ocupa hoy un lugar de honor en el Museo de San Isidoro. 

Antonio Ángel Delgado

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